Recuerdo las comuniones de mis hijos como algunos de los momentos más felices, bonitos y entrañables de mi vida. Les recuerdo en el iglesia, sentados junto a sus compañeros de catequesis muy concentrados en la cebración, les recuerdo participando en la ceremonia, les recuerdo, como no, comulgando por primera vez y me recuerdo a mí misma llorando de la emoción. Todavía hoy, cuando pienso en aquellos días, se me salta alguna lágrima.
Pero también recuerdo los días previos que estuvieron cargados de hiperactividad, nervios, angustia y mucha preocupación: todo tenía que salir perfecto.
Y, mucho antes de las preocupaciones del último momento, la dificultad de la toma decisiones: qué vestido llevaría la niña; ponerle el pelo suelto -como ella quería- o recogido -como a mí me gustaba-; buscar un tocado vistoso o alguno más sencillo; elegir pantalón corto para los niños o, mejor, uno largo; y la corbata, ¿de qué color?; celebrar la comida en un sitio con jardín y arriesgarme a que lloviera o ir directamente a un sitio cerrado en el que los niños no se podrían mover con libertad; encargar una tarta normal o buscar una personalizada; recurrir a los recordatorios de toda la vida o apostar por algún diseño más actual; ¿dar regalito a los invitados o con el recordatorio sería suficiente?; ¿alquilar un «candy-bar» o hacerlo yo misma?… Y todo esto mientras buscas el vestido perfecto para ti, organizas la infraestructura para alojar a la familia que viene de fuera, llamas a las madres de los amigos de tus hijos para confirmar que van a venir; das ideas a todo el mundo que te pregunta qué regalo les hará ilusión a los niños, organizas coches para que todos los invitados sepan ir de la iglesia al lugar de la celebración…
¡Echo la vista atrás y no recuerdo que mi boda me generara tanto estrés como la comunión de mis hijos!
Eso sí, cuando vi sus caras, sus sonrisas exultantes, al descubrir lo que yo -gracias a la ayuda de su padre y de todas las personas que hay detrás de las firmas en las que confié- había preparado, el estrés, la preocupación, los nervios y la ansiedad desaparecieron de golpe. El esfuerzo había merecido la pena y mucho.
Y después de un tiempo, con la prueba ya superada, nace La Comunión de María que no es otra cosa más que un lugar en el que compartir el resultado de esos esfuerzos ímprobos que hacemos las madres con el único objetivo de convertir los días especiales en días inolvidables.
En La Comunión de María hay sitio para las comuniones de vuestros hijos; para esas bodas en las que han sido los pajes más guapos; para vuestras mejores ideas; para vuestras direcciones de interés… También encontraremos un huequito para que las firmas de moda nos enseñen sus propuestas; los fotógrafos, sus mejores enfoques; los ilustradores, sus dibujos más especiales; los reposteros sus tartas más dulces y; los joyeros, esa medalla que se convertirá un recuerdo único.
Todo esto, y mucho más, es La Comunión de María, un lugar lleno de cosas bonitas en las que encontrar inspiración para que los momentos especiales estén llenos de grandes sonrisas.
Bienvenidos.